Para las que se creen "gorditas" - Yin Yan

27 marzo 2013

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Para las que se creen "gorditas"


-  María, ¿qué te apetece de desayunar?
-  No sé, mamá, me da igual.
- A ver, cariño, me tienes que decir uno de los dos. ¿Limón o fresa? ¿fresa o limón?....¿qué quieres?
-  …
-  Vamos, que no tengo todo el día.
- Pero… ¿no puedo comer uno de esos helados de chocolate que tienes en el congelador mamá?
-  No, hija, mejor que no. Te estás empezando a poner gordita y te tengo que controlar.
-  Vale, entonces no quiero postre.
  


   “¿Gordita?” Era la primera vez que escuchaba aquella palabra, pero
dirigida hacia mí, y confieso que (aunque antes pudiera haberla escuchado a mis espaldas) consiguió aturdirme de verdad.
   Esa misma mañana, en el colegio, los chicos de la clase celebraron un concurso. Puntuaban, del uno al diez, a cada una de las chicas de clase, para elegir a la más guapa. En el fondo, sabía que no iba a ser yo y, aunque no quería mirar esa lista, me picó demasiado la curiosidad… demasiado! Comencé a leer, y ahí estaban, por orden, todas las puntuaciones:

ESTEFANÍA:

- Trasero – 10
- Pecho – 10
- Ojos – 10
- Cuerpo: 10

LAURA:

-Trasero- 9
-Pecho-9
-Ojos-8
-Cuerpo-9
     
   … y así, iban apareciendo, de la más guapa a la más fea, todas las niñas de la clase. ¿Y yo? Yo… estaba… al final de la lista!

   Desde aquel “fatídico episodio” y, casi sin darme cuenta, comencé a hacer la que yo llamaba “mi dieta personalizada”: hecha por mí, sólo para mí y, por supuesto, sin consejo médico. Dejé (con mucho dolor de mi corazón) las chucherías, los picoteos entre horas,… Más tarde, el chocolate, los bollos, el pan… Al principio fue todo tan sutil que, hasta a mi familia le parecía normal que, por fin, me hubiera empezado a cuidar (después de todo, estaba hecha “una bolita”), pero empezó a pasar el tiempo, y yo continuaba con mi dieta.
   Recuerdo, como si lo estuviera viviendo en este preciso instante, el día en el que le pedí a mi madre que me hiciera una trenza. Hacía mucho tiempo que no me peinaba ella (la verdad es que yo era mayorcita para eso). Cogió mi pelo entre sus manos y, de pronto, gritó:

-    -     ¡Cariño, pero si te has quedado casi sin pelo! ¿Dónde está ésa preciosa mata que tenías?
-    -     Ay, mamá, no seas exagerada.

   Fue entonces cuando me di cuenta del alcance que había tenido “mi plan perfecto”: me había quedado casi calva, empezaba a tener problemas dentales, tenía frío, me dolía la cabeza,.... Me acostaba pensando en lo que iba a comer o no a la mañana siguiente, en si habría adelgazado o engordado, o si me cabría o no la falda que me había comprado, dos tallas menor que la mía. De lo único que me preocupaba era de gustar a los demás, en ocupar mi tiempo para que todos me aceptaran, pero… se me olvidaba lo más importante: gustarme a mí misma. Al contrario, yo me llegué a odiar.
   Las cosas no fueron a mejor y, durante unos años, me dediqué más a sobrevivir que otra cosa. A veces, el mundo se derrumbaba a mis pies, y yo deseaba derrumbarme con él, hasta que un día, de frente al espejo, comencé a buscarme, pero sin mirar mi aspecto exterior. Buscaba “mi yo”, pero no lo encontré por ningún lado.
   “¡Qué gran idea la de mi dieta!” – pensé irónicamente. He sido tan tonta que, además de perder muchos más kilos de los que me sobraban, me he perdido a mí misma en el camino.
   Hoy lucho por salir hacia delante, y si algo sé es que no merece la pena privarse del placer de comer un buen helado de chocolate.


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